lunes, 13 de julio de 2020

El mal de la corrupción en la sociedad venezolana


La corrupción en las organizaciones públicas y privadas del país, es un flagelo que ha traído histórica­mente secuelas muy negativas para la nación. Ya los próceres de la Patria intuían el problema, debiéndose recordar una de las más famosas frases del Libertador Simón Bolívar: “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”, así como el sentimiento de desorden y anarquía que se percibía en la sociedad también en la época de la Independencia, el cual queda refleja­do en la palabras expresadas en el año 1812 por el Generalísimo Francisco de Miranda: “¡Bochinche, bo­chinche! ¡Esta gente no sabe hacer sino bochinche!”.

El problema de la corrupción no solo ha dado muestras de su presencia desde los primeros años de la República, sino que también ha estado muy ac­tiva en la actualidad, y ha sido entre otros, uno de los detonantes principales de los cambios políticos que han ocurrido, pero cuya realidad sigue totalmente vigente. El Estado venezolano, omnipresente en la nación a través de los gobiernos de turno, y la sociedad civil, son los principales implicados y afectados por la corrupción. El ataque a este flage­lo se ha intentado realizar a través de mecanismos jurídicos formales, que por regla general son lentos, burocráticos y de menor maleabilidad que la que se requiere para hacer frente a la destreza, mutabilidad e inventiva de los agentes que practican la misma.


Ciertamente la corrupción está hipote­cando a las futuras generaciones, dado que el sano crecimiento económico del país a largo plazo se verá entorpecido, siendo sus consecuencias muy gravosas por los efectos multiplicadores negativos que la misma produce en las finanzas del país. Es relevante señalar la importancia de dar mayor atención a los temas vin­culados con la gobernabilidad, así como la calidad y composición del gasto público. La corrupción, con sus secuelas nocivas sobre la eficacia y eficiencia en el uso de recursos, merece una mayor consideración en el debate de parte de los afectados: Estado y particu­lares. La experiencia muestra con palpable evidencia, que el combate a la corrupción requiere una estrate­gia más holística y coherente que el simple camino de emitir declaraciones, denuncias políticas o promulgar más legislación.

El flagelo de la corrupción en el país ha sido un tema que siempre ha estado presente en la contienda políti­ca, y sobre el cual los diversos actores tratan de sacar provecho político; pero lo que sí es claro es que este asunto sigue haciendo estragos en la sociedad. El problema de la corrupción en Venezuela no es nuevo ni nada por el estilo, y si bien ella quizás fue una de las cau­sas principales para que se produjesen los cambios políticos en el país que aún están en pleno desarrollo, la corrupción en la sociedad, lejos de disminuir, más bien se ha incrementado.

La corrupción es una manifestación complicada, y en muchos casos, es la consecuencia de problemas profundamente arraigados por distorsiones políticas y económicas, sin embargo las respuestas a este flage­lo no habría que buscarlas fuera de las personas, sino dentro de sí mismas, ya que la causa intrínseca de la corrupción radica en un problema de falta de valores y ética. Las organizaciones son el reflejo de la socie­dad en la cual transitan, tanto en Venezuela como en todo el mundo, y la ocurrencia de múltiples y sonados escándalos de quiebras empresariales en el ámbito de los negocios, así como innumerables casos de corrupción administrativa en las instituciones públicas, son reflejo palpable de que algo funesto está ocu­rriendo en el seno de la sociedad, comenzando desde la familia misma, muy debilitada en estos tiempos.

Es claro que la corrupción crece y se desarrolla cuando las oportunidades económicas son propicias para ello, es decir cuando resulta rentable para las partes que intervienen en actividades corruptas. También contribuye a ello la ausencia de una volun­tad política real para combatirla, ya que la corrupción no se enfrenta simplemente con leyes y decretos que la proscriben, sino con su severa aplicación, amén, lo más difícil, de la real concientización de la población de los países respecto a las graves consecuencias que le genera a la sociedad esta calamidad.

Los efectos de la corrupción ciertamente son de­vastadores en las sociedades que la sufren con alta intensidad, tal como es el caso de Venezuela, y ello se refleja en los índices que reflejan la inadecuada (o adecuada) e inescrupulosa (o escrupulosa) admi­nistración de los recursos en un país. Las naciones que manejan de manera desordenada y corrupta sus finanzas públicas ocasionan que su población sufra  importantes niveles de miseria, que la calidad de vida se vea fuertemente deteriorada día a día, y que además, por su tendencia fuertemente controladora de innumerables actividades de toda índole sobre su gente, usualmente coartan o prohíben cualquier ini­ciativa individual o privada que no se alinee con sus líneas maestras de acción.

Nota: Escrito preparado con base a párrafos tomados del artículo Análisis crítico del flagelo de la corrupción en las organizaciones y sociedad en Venezuela, publicado en la Revista Strategos (diciembre 2015)

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